Es un caso bastante curioso de la literatura nacional. Nacido en Saladoblanco, Huila, Isaías Peña Gutiérrez parece que hubiera recibido un mensaje “que asume con la responsabilidad inusitada de quien se siente llamado a cumplir una función histórica”, escribió hace algunos años Alonso Aristizábal.
“Yo creo que el origen de este Isaías se encuentra en gran parte en la generación soñadora y loca de imposibles de los años sesenta”, agrega el mismo autor.
Periodista en los suplementos literarios, cuando estos eran espacios de cultura muy valiosos, de los diarios bogotanos. Entrevistó a Salvador Garmendia, Carlos Barral, Bryce Echenique, Harold Conti, Juan Carlos Onetti, Eduardo Caballero Calderón, Augusto Monterroso, Augusto Roa Bastos, Fernando Soto Aparicio y muchos otros autores de gran renombre en la literatura latinoamericana.
En ferias y encuentros literarios he sido testigo que académicos del Huila se refieren a él con profunda admiración y respeto; lo conocí personalmente cuando era todavía columnista de Lecturas Dominicales en El Tiempo. Para este artículo volvimos hablar y encontré en él una voz cálida y amable de un inmenso respeto por sus interlocutores que se explaya en recuerdos y un profundo conocimiento de la literatura colombiana.
Como narrador ha recibido diferentes distinciones en concursos nacionales, se le otorgó un premio nacional de periodismo en 1985 y ha publicado diversos libros como el Manuel de la literatura latinoamericana, seleccionado en El Salvador como un texto oficial de secundaria, Yo soy la tierra, una compilación de textos sobre la obra de Manuel Mejía Vallejo y Escribir para respirar, entre muchos otros.
“Estaba terminando mi bachillerato cuando comencé hacer cosas de prensa en la emisora de Garzón, Huila, y también en una serie de revistas murales que nos inventábamos en aquella época, para informar y promover una especie de periodismo de opinión”, dice Isaías.
“Cuando comencé la carrera de Derecho en la Universidad Externado de Colombia dividía el tiempo, mitad estudiando los códigos y, otra mitad, para leer libros –hablo de la década de los 60–, entonces estaba naciendo lo que se llamó el boom de la literatura latinoamericana”.
Del cual va a ser él uno de sus testigos claves y estudioso crítico. En relación con sus comienzos en el periodismo cultural agrega: “Conté con mucha suerte, pues yo venía del sur del Huila, sin ninguna palanca, simplemente con mis lecturas y, entonces, le propuse al director de las páginas literarias de El Siglo, Gabriel Calderón, que me dejara publicar cosas sobre literatura latinoamericana; yo pienso que me favoreció es que, a Gabriel, un gran periodista que luego terminó en El Tiempo, le gustaba la literatura y me dio las páginas abiertas en el dominical de El Siglo”.
“Era una época muy distinta a la de ahora –profundiza–, pues tanto El Tiempo como El Espectador y El Siglo, los tres principales periódicos de la capital, tenían suplementos literarios que era donde nosotros cada domingo íbamos a encontrar qué era lo nuevo, se publicaba creación, cuentos, poemas y ensayos y, bueno, yo hice una carrera de periodismo cultural con ellos realizando y publicando muchas entrevistas. Fue una época muy bonita de iniciación en la literatura”.
El boom de la literatura latinoamericana
En la década de los 60 no había una definición precisa, como se hace ahora, cuando se afirma que el boom de la literatura latinoamericana son cuatro: Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez.
“El boom –dice Isaías– lo constituían todos los escritores que habían comenzado en esa época, tal es el caso de Augusto Roa Bastos, el gran maestro paraguayo quien había publicado Hijo de hombre y, luego, iba a publicar su gran novela sobre el dictador, Yo, el supremo.”
Son años en los cuales tuvo la oportunidad de relacionarse de manera directa con algunos autores como Juan Carlos Onetti, a quien entrevistó para sus libros, de intercambiar cartas con Gabriel García Márquez, acompañar en Bogotá los lanzamientos que hizo Mario Vargas Llosa de La casa verde de quien guarda la novela con su firma.
“No tuve la oportunidad y siempre lo lamenté de tratar a Julio Cortázar, no sé qué pasó entre Cortázar y Colombia, me parece que nunca estuvo en el país; pero con Carlos Fuentes nos encontramos en varias oportunidades”.
Para él, estos que son los cuatro nombres canonizados a lo largo de los años, una historia concienzuda de la literaria no debe desconocer que estuvieron acompañados por muchos otros escritores importantes como Salvador Garmendia, Sergio Ramírez, Antonio Skármeta, Juan Rulfo, Luis Brito García, Manuel Cofiño, Oswaldo Soriano, quienes lograron la renovación de la literatura del continente, posesionándola en el mundo y adentrándose en el ámbito de otras lenguas.
Isaías y La Vorágine
Quizá por ser de la misma tierra, Peña Gutiérrez ha realizado numerosos estudios sobre La Vorágine y su autor, José Eustasio Rivera. Su último libro, Rivera, el visionario de la selva oscura, publicado este año, vuelve sobre la vida y obra de un personaje que él considera tiene los ingredientes necesarios para ser llevado al cine.
Rivera es abogado, diplomático, investigador, explorador y, principalmente, un escritor de visión cósmica que capta con su lenguaje altamente poético los diversos matices de la selva y el drama humano de quien se atreve a enfrentarla y perece en el intento.
La preocupación intelectual de Isaías sobre la vida del novelista de la selva nacido en San Mateo (hoy Rivera), en el Huila, ofrece una visión sobrecogedora de las experiencias y aventuras que vivió el poeta y escritor. Con dramatismo, Isaías describe su muerte y el traslado de sus restos a Colombia: “Cuatro días duró Rivera en estado comatoso en el Polyclinic Hospital de Nueva York, y murió, sin otra explicación, el 1 de diciembre. Después de un largo peregrinaje de su cuerpo embalsamado, por el mar Caribe, por el río Magdalena y por tren, fue enterrado en el Cementerio Central de Bogotá, con los homenajes institucionales y populares que jamás se le dieron en vida, en una de las más grandes y sentidas despedidas a un escritor que se recuerden en Colombia”.
La hoja de ruta que se trazó Isaías Peña Gutiérrez, su vocación literaria, su trabajo callado, la pasión como escritor y crítico y su larga trayectoria, hacen de este ciudadano un referente indiscutible de la literatura nuestra –tan mezquina para el reconocimiento, tan fácil para el abrazo y la lisonja cuando haces parte de la secta–.
Y es así como, a sus 77 años, Peña Gutiérrez puede ver el panorama de la literatura con ojos de quien ha sido testigo de sus momentos de esplendor, pero también de sus caídas. Al maestro sólo se le puede decir: “Gracias por recordarnos la nobleza humana en este tiempo de la despasión”, citando al poeta argentino Juan Gelman. Gracias por sus aportes que alimenta una crítica literaria necesaria para esclarecer un poco el abigarrado panorama de las letras nacionales.
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