“Mis padres son de origen indígena nacidos en Coyaima, en el Departamento del Tolima, y fui bautizada en Natagaima, que es otro pueblo indígena”, manifiesta la voz de oro de la cumbia y los ritmos tropicales en Colombia, Melida Yará Yanguma, la famosa India Meliyará, una de las voces femeninas más reconocida de la orquesta La Sonora Dinamita.
“Por la política, por los colores, el rojo y el azul, a mis padres les quitaron sus pequeños terrenos, su ganado, a su familia la mataron toda y les tocó huir de su tierra. Salieron de Coyaima a buscar protección a los pueblos más grandes, a buscar trabajo”, explica en alusión a la época de la violencia, periodo de sangre y desplazamiento por el fanatismo bipartidista de conservadores y liberales.
“Me cuenta mi papá que estuvimos en Dolores, en La Arada Tolima, que después llegamos a Saldaña –que antes se llamaba Catufa, y que era un corregimiento del Municipio de Purificación–, allí nos estabilizamos y hasta el día de hoy mis padres viven en Saldaña”, agrega con cierta nostalgia en la voz, la misma y agradable voz que le permitió convertirse en ícono musical en el país y el exterior al imponer temas como Las velas encendidas, Los mechones y Empujaito.
Es cuando propongo que conversemos sobre sus raíces musicales y la cumbiambera del siglo parece, de pronto, hundirse en un mar de recuerdos, de imágenes que va desempolvando con enorme desenvoltura verbal y, es así, como abordamos el inicio de su carrera, su familia, el orgullo de llevar sangre indígena y temas de marcado interés social.
Quizá sea esta una dimensión desconocida por la mayoría de colombianos y, a la vez, el testimonio de la calidad intelectual y humana de una mujer que conquistó al público con una voz inigualable dentro del pentagrama nacional. El resultado de nuestra larga conversación es el siguiente.
¿Específicamente a qué comunidad indígena pertenece usted?
Pertenezco a la comunidad Catufa, es un cabildo indígena cuyo cacique era el cacique Catufa; yo pertenezco a ese cabildo que queda en Saldaña, en el Departamento del Tolima.
Podemos hablar de sus inicios en la música.
Yo estudié mi primaria y, luego, comencé a cantar; mi papá es músico, él toca la guitarra –claro que ya no la quiere tocar porque tiene 85 años y se siente cansado, cosas de los años que a veces lo afectan a uno–; mi mamá tocaba el tiple en esa época y mi papá cantaba bien, daban serenatas. De ahí heredé el gusto por la música, porque los veía tocar siempre y a muchos músicos de Coyaima y de Natagaima, hacían sus reuniones y yo los veía y me gustaba y de allí viene realmente mi vena musical.
¿Cómo fue su vida familiar?
En mi vida familiar, Dios mío, es lo más lindo. Dios me regaló unos papás que me apoyaron en medio de su pobreza, de su humildad, de todo lo que les pasó; ellos siempre me dieron el calor de hogar. Me enseñaron la fe, el respeto a los mayores, la urbanidad. Ahora ha cambiado mucho, yo vivo en Bogotá y se ven muchas cosas difíciles; lo que recibí ahora he tratado de transmitirlo a mis hijas; Dios me regaló un esposo que comparte la vida conmigo, tuve mis tres hijas que ya se casaron y tengo nietos. Y seguimos compartiendo la música, aunque siempre hace falta el público, tenía que estar en Madrid, Barcelona, Francia, Italia y el coronavirus dijo no. Tenía que estar en el Ecuador y el coronavirus dijo no.
¿Contó con algunos referentes en el campo artístico? ¿Qué sucedió hasta llegar a la Sonora Dinamita?
Tuve la oportunidad de conocer a muchas personas de la ciudad musical, Ibagué; insinuaron que yo teniendo talento y que por qué no me iba a estudiar al conservatorio, que me presentara; además era una niña indígena, muy humilde, y que allí era económico para estudiar. Tuve la ayuda del curita del pueblo y unos amigos y me fui, presenté un examen de admisión, logré pasarlo fácilmente y en el conversatorio comencé a estudiar la música. Hice contacto con emisoras, locutores y concursos; en esos concursos empecé a desarrollar mi vida artística pensando ya como en una profesión. En esa época había una artista bastante conocida de la cual me gustaban sus canciones y me encantaba su voz, Claudia de Colombia, que era la estrella del país, Billy Pontoni, Carmenza Duque, Vicky, Christopher, Oscar Golden; esos artistas eran muy famosos y yo cantaba algunas canciones de ellos, fueron referentes. Hice parte de los coros del Tolima y así fui escalando en concursos más competitivos hasta llegar al de Nueva estrella de la canción en el año 74, que era en televisión con Jorge Barón y ese año, gracias a Dios, lo gané. Entonces me conecté con una casa disquera que se interesó por La India Meliyará, discos Orbe, en 1976, y ahí fue donde comencé mi carrera profesional, lo considero yo, grabando mi primer disco.
¿Sus primeros éxitos con La Sonora Dinamita?
Después de que gravé mi primer disco, un homenaje al Maestro José Barros, temas como Las pilanderas, El vaquero, La llorona loca, canciones ya conocidas que me pusieron a grabar con una orquesta grande y fue un éxito total en México, allá se vendió muy bien; luego hice La reina de la cumbia y en esos ires y venires empecé a grabar en Bogotá y me conocieron productores y artistas. Con El doble poder grabé Drama Provinciano con Jorge Celedón, él tenía 12 años, un éxito total. Se interesaron promotores de Medellín, que escucharon un tema muy pegado que se llamaba El foco; ellos creían que era de una artista venezolana, pero se dieron cuenta de que era una artista indígena colombiana, eso les causó curiosidad; me buscaron, me hicieron una propuesta, la acepté y grabé en Medellín con discos Fuentes que era la casa disquera más importante en la música tropical en Colombia. Para mí, ¡Dios mío!, eso era como irme para Hollywood hacer una película. En ese momento, estaba grabando en Medellín, La Sonora Dinamita; ellos me invitaron, nunca habían tenido una voz femenina como solista, la voz siempre había sido Lucho Argaín; dije listo. Y fue cuando me dieron Las velas encendidas, El peluquín, puse la voz, salió el disco de ese año y empieza a sonar Las velas encendidas en la Feria de Cali, una cumbia. (En una región eminentemente salsera). Se incluyen temas en Los 14 cañonazos y se pega en México y fue la sensación, el acabose; fue muy bueno para mí, La Sonora Dinamita y discos Fuentes. La verdad es un grupo de cosas que se unen para que haya un éxito y, en esa época, todos pusimos nuestro granito de arena. Se promocionaba hasta en el pueblo más pequeñito. Después vino El empujadito, El apretón, Los mechones, La conga, y fuera de ello grabé vallenatos con Guillo Cepeda, Pecado del alma, un clásico en ese género.
Canta a capella varios versos de Pecado del alma, tema lírico con letra bien trabajada, preludio o parte del vallenato romántico, estilo que marcó a toda una generación de colombianos. Inesperadamente la artista da un profundo giro y expresa sus preocupaciones sociales relacionada con el maltrato y abandono a las comunidades indígenas. Con evidente preocupación manifiesta que los gobiernos y políticos jamás cumplen. Dice textualmente:
“A mí muchos políticos me hicieron promesas para ayudarme a estudiar; yo hice mi bachillerato con esfuerzo de mis papás y la universidad no se pudo, porque los políticos querían lucirse; yo cantaba y salía en televisión y decían, yo le voy a regalar una beca y nunca cumplieron. Así como están haciendo ahora con los indígenas, los maltratan, no les cumplen, los están matando a los que se quejan. A nosotros nos quitaron todas las tierritas, dijo mi papá, pero que cada uno le responda a Dios por lo que hicieron porque aquí no podemos matarnos en una guerra, pues nadie se va a llevar la tierra el día que se muera. Todo lo que está pasando me duele en el alma y qué este gobierno que tenemos no haga nada me duele, por eso es que ellos no creen en este gobierno y yo tampoco.”
Y parte hacia un tema diferente: el orgullo de su sangre indígena, “somos la historia de un país, somos parte de la historia de Colombia; a los países donde voy habló de mi raza indígena porque somos seres humanos que sentimos y aportamos mucho para la cultura colombiana. Y, sin embargo, aquí en nuestro país no valoran lo que hacemos”.
La India Meliyará sigue practicando su música en compañía de su esposo, hace sus ejercicios de canto y espera tener energías para retomar sus actividades profesionales y envía un mensaje a los colombianos. “No se metan sólo a escuchar reguetón y esas cosas que no son nuestras, tenemos que valorar lo que somos y eso es lo que tenemos que mostrar fuera del país”.
“Los colombianos no podemos permitir que se acabe el folclor, la cumbia, el porro, el paseo; en el Tolima el bambuco, la música llanera en los llanos, la carranguera en Boyacá, la música del Pacífico tan bonita, la música de Nariño, son cosas preciosas que tiene nuestro país”, enfatiza.
Es un ícono, es parte de la historia musical del país, mujer de una generosidad impresionante con quien se podría hablar por horas, la vida puede concluir en cualquier momento, dice ella, y seguramente ya no estaremos, pero la imagen de La India Meliyará está destinada a permanecer en la memoria de cada fiesta, en el afecto de los colombianos que se enorgullecen de toda la vitalidad y riqueza del folclor nacional extendido a lo largo de sus regiones.
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