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Miguel Betancourt, el destino artístico de un ecuatoriano universal

  • Foto del escritor: Albeiro Arciniegas Mejía
    Albeiro Arciniegas Mejía
  • hace 12 minutos
  • 7 Min. de lectura
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Es, sin duda, uno de los referentes más destacados del arte contemporáneo en América Latina. Con más de cuatro décadas de trayectoria, su obra trascendió fronteras, llegando a espacios culturales de varios continentes. Betancourt se formó entre el cielo abierto de los amaneceres andinos y los muros de adobe que le sirvieron como primeros lienzos. Desde joven, mostró una sensibilidad inusual hacia el entorno que lo rodeaba, forjando desde la infancia una mirada poética y visual que más tarde se consolidaría en una obra pictórica rica en texturas, símbolos y evocaciones de la memoria.


En esta entrevista, el artista ecuatoriano nos abre las puertas de su mundo interior y comparte los momentos que marcaron su destino: la emoción de su primer contacto con el cine, la tristeza profunda por una obra de infancia destruida por la lluvia, el encuentro decisivo con el maestro Oswaldo Moreno y los caminos que lo llevaron desde las aulas de literatura (dudó si ser escritor o pintor) hasta las más prestigiosas galerías del mundo.

 

¿Cómo recuerda sus inicios en la plástica de su país? Experiencias que marcaron su destino.

 

Yo nací en el campo, en Cumbayá, que es un valle cercano a Quito y que, en mi infancia, era una aldea; ahora, es ya una ciudad, una extensión de la ciudad de Quito. Tenía unos 6 o 7 años y, por primera vez, vi una película, ya que no había cinemas ni televisión; una película proyectada en las paredes del pueblo, que era el gran teatro. Era italiana de lo más maravillosa con amor, paisajes y todos los elementos que cautivan en el cine. Y ocurre que al otro día yo fui a la escuela y pasé adrede por el lugar para verlo, para tantearlo, para saber lo que había ocurrido. Cuando vi, ya con la luz del día, la pared que estaba desconchada, vetusta y despintada en muchas partes y supe que allí tuvo lugar la magia, esa imagen se sembró en mi espíritu. Cosas como estas ocurrieron en el trayecto de mi vida. Otra, se relaciona con un relieve que hice en el patio. Mis padres no estaban en casa y me acuerdo que reproduje o traté de reproducir el parque de Cumbayá con relieves, utilizando elementos que ahora utilizo en mi pintura. Y, claro, pensé que hice una obra maestra. Y tenía mucha ilusión en indicársela a mis padres que no estaban. Y ocurrió algo inesperado que no advertí, una gran lluvia en la noche, de tal suerte que cuando salí fuera vi que no había quedado resquicios de nada. Y entonces me produjo una tristeza honda, pues no la pude mostrar y creo que ese es el pique. Porque a partir de ese momento había que ir enmendando ese vacío y es lo que actualmente proceso. Y, luego, claro, vino la etapa escolar, el colegio; yo estudié en un colegio fiscal. Y, de hecho, ya en mis estudios secundarios, en la capital, me enrolé con gente del arte. Conocí las galerías y me familiaricé con el desenvolvimiento cultural de los inicios de los años 70 que fueron enriquecedores.

 

Artículos sobre su obra aparecen en diversas revistas especializadas, se dice que desde niño lo atrajo un par de elementos: el cielo y la tierra. ¿Cómo se incorpora esa dualidad en sus cuadros y procesos de creación?

 

Me llenaron de asombro. Vivir en el campo y contemplar el cielo azul, sobre todo en el amanecer, era algo grandioso, algo maravilloso. Creo que el color azul quedó impregnado en mi alma a partir de esta experiencia. Y claro, lo de la tierra se entiende, porque yo crecí en un entorno rural, agrícola. Entonces siempre estuve hermanado con la tierra, con los entornos de la población. Cumbayá en aquellos tiempos estaba circundado por tapiales y muros de adobe y de chocoto y tal vez el muro fue mi primera pizarra que servía para hacer garabatos y gozar del trazo y también del sonido. Me gustaba esgrafiar con clavos o con punzones o con hueso o con lo que fuere, pero me gustaba ese rasgado onomatopéyico que produce al topar los punzones sobre los muros de tierra. Luego incorporé el cáñamo. Es rústico y no precisamente apto para lo pictórico porque hay que pasar y repisar para que un color quede firme sobre este tejido. Pero me encanta su coloración natural y, sobre todo, su origen.

 

Un referente artístico importante para usted es el Maestro Oswaldo Moreno, cómo se dio esa influencia (que en muchos casos es determinante): ¿En su estilo, en sus temáticas?

 

Ese es un encuentro un tanto casual, a partir de mis primeras participaciones en una exposición al aire libre. En aquella época yo tenía 15 años y Oswaldo Moreno, un maestro ya consagrado era docente de la Escuela de Bellas Artes. Él se interesó en mi trabajo y me dio algunos consejos. Pero las cosas no quedaron solamente en eso, sino que ese fue el inicio de una amistad verdadera. Y creo que Oswaldo me introdujo a través de sus conceptos, a través de su mano amiga, en el arte contemporáneo. Oswaldo Moreno fue miembro de un grupo importante de artistas en el Ecuador: el Grupo VAN (Vanguardia Artística Nacional), que dejó una huella importante en los años 60. El Grupo VAN fue una respuesta al indigenismo de Eduardo Kingman y Oswaldo Guayasamín y demás artistas de esa cofradía. Moreno me dio mucho de su sabiduría en mis años iniciales y quizá él fue la razón para que yo me inclinara más por el lado de la plástica porque en los años en que yo terminé el colegio, dudé entre tratar de ser un escritor o un pintor y, claro, tuvo más peso lo plástico y eso gracias a esta amistad profunda con Oswaldo de quien ya se cumplen 10 años de su fallecimiento.

 

Usted realizó estudios en su país y el extranjero, ¿qué importancia tiene la formación académica en el desarrollo de la vocación creadora de un artista?

 

Yo hice estudios formales en pedagogía y letras en la Universidad Católica que, en esos tiempos, hablo de finales de los 70 y comienzos de los 80, tenía un departamento muy importante en esas áreas. Claro, yo pensé, entonces, que uno estudiaba para formarse como escritor, pero en realidad lo que uno se formaba allí era para profesor de literatura. Aunque para mí fueron importantes los estudios de literatura. Cuando uno profesa alguna de las ramas artísticas es interesante también abarcar, aunque sea de lado, alguna otra rama del arte, porque es una manera de enriquecer la producción estética. Y, así, la literatura fue una base teórica, la palabra como tal, pues me ha dado elementos sugestivos que sigo utilizando en mi plástica.

 

Exposiciones más importantes que usted destaca y que son definitivas en la consolidación de su carrera.

 

Me remonto a los 90, cuando hice mi año de arte en Londres con una beca. Allí hice amistad con algunos artistas y conocí a un crítico de arte, Edward Lucie-Smith, quien ha escrito algunos libros, uno de ellos sobre arte latinoamericano. Considero que esa exposición fue gravitante. Igual, mi participación en representación del Ecuador en la Bienal de Venecia. Sí, he tenido varias exposiciones en Europa. Hace unos 25 años expuse en Australia, en el museo de Canberra. En el 2016, en Italia. Hay una exposición itinerante que se inició también en el 2018 y que tuvo un recorrido de dos años por diversas ciudades del Lejano Oriente. Concretamente en China, Japón y Corea del Sur. Expuse con la Alianza Francesa y parte de esa exposición viajé a España al Museo de América. En ese museo expusimos tres artistas ecuatorianos. Está en el centro de Madrid y es un museo que me ha traído satisfacciones de verdad. Recibí también una invitación de España para un evento denominado Las Meninas salen a las calles. En más de 40 años he tenido muchas exposiciones, pero podría sintetizar mis experiencias en las que acabo de mencionar.

 

Premios. Reconocimientos. ¿Cómo se ha valorado la obra de Miguel Betancourt por parte de las instituciones de cultura en el Ecuador y otros países?

 

Hay un premio que en Nueva York me otorgó la Fundación Pollock-Krasner. Hace un par de años tuve una condecoración del Municipio de Quito. Se suele condecorar a personalidades que se han destacado en las diferentes áreas y estos premios o reconocimientos se los otorga cada 5 de diciembre. Es una condecoración que lleva la insignia de Osvaldo Guayasamín, un honor para mí. Aunque más que estas cosas de carácter oficial, el reconocimiento mayor que uno puede tener es el contacto con la gente a través del arte.

 

Los nuevos proyectos, ¿qué podemos esperar de los colores y el talento del Maestro Miguel Betancourt?

 

Estoy a las puertas de una exposición en una galería en Roma conjuntamente con William García que es un artista ecuatoriano que vive en Europa. Somos invitados como parte de una conmemoración importante, la de los 125 años de relaciones comerciales y diplomáticas entre Italia y Ecuador y es un evento que programó nuestra embajada allá en Roma. Eso es lo que viene por ahora.

 

Un consejo para esos jóvenes que en el Ecuador o en algún rincón de Latinoamérica desean iniciar una carrera artística. 

 

No soy proclive a dar consejos, pero puedo sugerir, por un lado, que los profesores de estética y los padres en casa motiven a la juventud para que cultive alguna de las materias artísticas; no necesariamente que sean artistas, sin embargo, que cultiven el arte: que enriquezcan su sensibilidad. Por otro lado, puedo conminar a los jóvenes que acojan el arte que desean profesar con mucha ilusión, con entrega, con mística, sin atemorizarse. El mayor escollo es la supervivencia, el cómo hacer arte sin tener recursos, sobre todo en las etapas iniciales y debo decir que las lágrimas ayudan a consolidar los cimientos. El sufrimiento es importante para decantar la realización artística que uno se proponga, pues uno aprende de las caídas.

 

*

 

Miguel Betancourt. Un testimonio de cómo el arte puede surgir desde lo marginal e íntimo y alcanzar espacios internacionales sin perder su raíz ni autenticidad. En tiempos donde lo efímero marcan la pauta, su propuesta es una postura-resumen de la sensibilidad y el trabajo silencioso aplicados al acto creador. Un ecuatoriano capaz de hacer que las formas y el color dialoguen con el alma. Un artista íntegro, muestra del talento que nace y brota en tierras de la América profunda.

 

 
 
 

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